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Transformada por el profeta llorón – Cómo Dios utilizó a Jeremías para cambiar mi forma de orar

(Paula, Eurasia)

He de admitir que cuando me pidieron que intentara escribir sobre mi experiencia con el libro de Jeremías, me mostré reacia al principio… significaba que tendría que volver a enfrentarme a lo que fue un tiempo de crecimiento doloroso, ¡aunque fuera una lucha que mereció la pena al final!

El libro de Jeremías me acompañó mientras intentaba hacer frente a algunos recuerdos familiares difíciles y al daño intergeneracional. El llamado y la vida de Jeremías fueron diferentes a los míos, por supuesto, pero la historia de Jeremías y en especial su relación con Dios durante varias décadas me invitaron a aprender más del Dios viviente en estos “textos de desastre”.

Dios llamó a Jeremías cuando era joven y débil para que predicara a la rebelde Israel. Padeció lo que parecía ser un ministerio sin fruto, además de soledad, encarcelamiento y burlas. A pesar de su sufrimiento personal, Jeremías siguió adelante: en su relación con Dios, amando a su propio pueblo (aunque se desesperara con él) y sirviendo al Dios de esperanza incluso cuando no podía ver que la salvación fuera posible.

¿Cómo le hablas a Dios cuando las estructuras normales de la familiaridad y la supervivencia se abren, se arrancan y demuestran ser simplemente paja? ¿Qué palabras puedes utilizar cuando llegas a ese punto de desesperación?

Las descripciones poéticas que hace Jeremías de Dios (por ej. 2:13, 2:32, 18:6, 50:44) y sus quejas incontroladas, honestas y hasta groseras a Dios (sus “confesiones” en los capítulos 11-20) fueron como un abrelatas: me abrieron a mi propio dolor y me permitieron ser totalmente honesta a la hora de poner mi experiencia delante de Dios con palabras que no me había atrevido a usar antes en oración. Quizás por mi reserva británica me había contenido o quizás simplemente no quería enfrentarme a algunas de esas luchas de las que Dios quiere salvarnos.

Necesitaba aprender el lenguaje del lamento, más allá de la alabanza y la petición, para conectar con Dios en medio de la realidad del dolor y la lucha. Necesitaba sentir la tranquilidad de que el Dios con el que me encontré en Jeremías (firme, que no se siente amenazado cuando su pueblo se enfada con Él) es el mismo Dios que trajo esperanza y transformación a su pueblo en Cristo. Comencé a pedirle a Dios que fuera para mí lo que Él dice ser.

La amarga experiencia de Jeremías con su pueblo y su lucha con (no contra) Dios me enseñó a llorar los errores pasados de mi familia. Pude llorar lo que se había perdido y sentir dolor por la injusticia, y no dejar que el orden de las cosas pasadas siguiera igual, por lo menos en mi corazón. El libro de Jeremías nos enseña que como creyentes podemos apelar a un Dios que es capaz de transformar el corazón de la gente; el Dios viviente puede hacer algo nuevo de la nada, traer arrepentimiento en medio de la rebelión, crear una vida recta tras el arrepentimiento.

 Lecturas adicionales:
Walter Brueggemann, La imaginación profética.
Eugene H. Peterson, Correr con los caballos. La búsqueda de una vida mejor.

Adentrarnos en la historia de Dios

Necesitamos las Escrituras completas para nuestro caminar con Dios. Unos versículos breves seleccionados pueden ser valiosos e importantes, pero estos pasajes sueltos no pueden sustituir el panorama general. De forma muy pertinente, Dietrich Bonhoeffer nos invita a adentrarnos en la historia de Dios y a encontrarnos con Él en la realidad de su relación con este mundo, que va mucho más allá de nuestras vidas como individuos.

El siguiente texto está sacado de un libro de Bonhoeffer: Vida en comunidad. Dietrich Bonhoeffer fue un teólogo alemán de mediados del siglo XX, que fundó un seminario teológico basado en una vida comunitaria y que participaba activamente en el movimiento de resistencia a los nazis.

Así, la lectura continua de la Biblia obliga a todos los que quieran entender, a aproximarse donde Dios ha actuado una vez por todas en favor de la salvación de los hombres, y dejarse encontrar allí por él. Es precisamente en la lectura durante el culto cuando los libros históricos de la Biblia adquieren para nosotros un aspecto absolutamente nuevo. Tomamos parte ahí en los acontecimientos llevados a cabo antaño por nuestra salvación; nos olvidamos de nosotros mismos y entramos con el pueblo en la tierra prometida, atravesando el mar Rojo, el desierto, el Jordán; con Israel caemos en la duda y en la incredulidad, y por medio del castigo y la penitencia recibimos de nuevo el socorro y la fidelidad de Dios; y todo esto no son ensueños, sino una realidad sagrada y divina. Somos arrancados de nuestra propia existencia e introducidos en el corazón de la historia que Dios escribe en la tierra. Ahí es donde Dios ha obrado en nosotros y ahí es donde sigue obrando: en nuestras miserias y pecados mediante su ira y su gracia. Lo importante no es que Dios sea espectador compasivo de nuestra existencia presente, sino que nosotros seamos oyentes atentos y activos de su actuación en la historia sagrada, en la historia de Cristo sobre la tierra […]
 
Se produce por tanto un cambio radical. Comprendemos que no es en nuestra vida donde tiene que revelarse la ayuda y la presencia de Dios, sino que se reveló definitivamente en favor nuestro en la vida de Jesucristo. Efectivamente, es más importante para nosotros saber lo que Dios realizó en Israel y en su Hijo Jesucristo que atormentarnos por descubrir lo que Dios quiere de nosotros hoy. La muerte de Jesucristo es más importante que mi propia muerte, y su resurrección de entre los muertos es el único fundamento de la esperanza de mi resurrección en el último día. Nuestra salvación está «fuera de nosotros» (extra nos), yo no la encuentro en los acontecimientos de mi propia vida sino únicamente en la historia de Jesucristo. Sólo aquel que se deja encontrar en Jesucristo, en su encarnación, en su cruz y en su resurrección, está en Dios, y Dios en él.

Dietrich Bonhoeffer, Vida en comunidad. Traducido por Francisco Tejeda. Salamanca : Ediciones Siguéme 2003, 46-47.