[Una querida amiga ucraniana de nuestra red de multiplicadores del Compromiso con las Escrituras comparte algunos pensamientos con nosotros.
Ella está caminando fielmente junto con estudiantes y obreros, estudiando la Biblia con ellos y, juntos, se están ocupando de los refugiados a causa del conflicto].
Durante una visita reciente a mi madre, no podíamos dejar de admirar los arbustos en flor y los narcisos que Dios parecía haber esparcido por todas partes, trayendo así Su luz en la oscuridad.
(fotografía tomada por L.S.)
Fue un buen recordatorio de que la luz de Dios ya ha erradicado la oscuridad y que Él sigue obrando en nuestro mundo. Esta es la verdad que debemos experimentar, en la realidad de nuestras vidas diarias, en este país.
El 24 de febrero, los habitantes de Kharkiv, Kyiv y otras ciudades y pueblos se despertaron con el sonido de bombas destruyendo sus casas. Desde entonces, muchas personas inocentes han sufrido de maneras imposibles de imaginar. Hombres, mujeres y niños de todas las edades han muerto o han perdido sus hogares. Ya sean amas de casa o soldados, todos llevan consigo las cicatrices de innumerables horrores.
Suburbio de Kyiv (fotografía tomada por M.M).
Cinco millones de personas han dejado sus hogares en busca de seguridad. Mientras escuchábamos las historias de los refugiados que llegaban de Kyiv, todas llenas de destrucción y de un terror brutal, sentimos una profunda conmoción y rabia. Lloramos y clamamos a Dios con muchas preguntas.
Justo antes de Semana Santa, me desperté con un súbito ataque de ansiedad. Intenté volver a dormirme, pero mis preocupaciones se intensificaron. ¿Y si bombardeaban nuestra casa y teníamos que huir? ¿Adónde iríamos? ¿Y si mis hijos y mi marido eran llamados a luchar? ¿Y si asesinaban personas en nuestra ciudad? ¿Y si la paz no llegaba pronto?
Ese día, pasé mucho tiempo en silencio, hablando con Dios.
Reflexioné sobre la última conversación que Jesús tuvo con Sus discípulos en Juan 13-14 cuando anunció que iba a dejarlos.
Mientras leía las preguntas de los discípulos, casi podía sentir su pánico.
Durante tres años, estuvieron juntos: comiendo, riendo y viendo los milagros de Jesús. Escucharon Sus enseñanzas, experimentaron Su poder y entonces, de repente, Jesús iba a dejarlos; solos.
Frente a la ansiedad de estar sin su Señor, Sanador, Maestro y Profeta, los discípulos se preguntaron cómo iban a soportarlo. Así que le preguntaron a dónde iba y si podían ir con Él. Se podría decir que ellos también acababan de tener un ataque de ansiedad.
“Confíen en Dios, y confíen también en mí” (Juan 14:1, también Juan 14:11-12).
Esa mañana, casi podía ver a Jesús tomando mi mano y escuchar su voz diciéndome: “No, no comprendes todo este sufrimiento a tu alrededor, la brutalidad y la destrucción que tu nación está viviendo. Pero cree en Mí, cree en Mí”.
Sigo viendo cómo Dios, en su gracia, da paz a mi mente y calma mi turbado corazón. Me da fuerza para seguir avanzando en el camino que Él ha establecido para mí. No conozco el final, pero confío en Él.